¿Alguna vez has pensado que a ti ciertas cosas no te van a ocurrir? Que ya has pasado por tanto, que has trabajado tan duro en ti mismo, que estás preparado para lo que venga.
Has sido alguien responsable, cumplidor, comprometido. Has sostenido, has respondido, has dado lo mejor de ti una y otra vez. Y, sin embargo, un día, algo aparentemente pequeño —un incidente menor, un desencuentro, un cambio pequeño— sacude tu mundo emocional.
Algo que en otro momento habrías sabido manejar, de pronto te desborda.
Te sientes al límite. A punto de estallar. Y no entiendes por qué.
¿Qué es una crisis psicológica?
Una crisis psicológica es un momento en el que sentimos que los recursos emocionales que normalmente usamos para afrontar la vida no son suficientes. Es como si lo que solíamos manejar con relativa competencia, de repente se volviera abrumador. Es un desbordamiento emocional, una saturación interna que, aunque intensa, es temporal. Se manifiesta en síntomas como ansiedad, desasosiego, insomnio, irritabilidad, llanto frecuente, sensación de vacío, cansancio extremo, dificultad para concentrarse o incluso pensamientos de desesperanza.
“Una crisis rompe con nuestra continuidad emocional. Es un quiebre en lo que percibimos como nuestra estabilidad interna”. Podríamos decir que estamos acostumbrados a una manera de sentirnos, “a una lógica interna” y cuando esta se interrumpe, es algo que nos parece raro, poco característico de nosotros.
La crisis puede ser aguda y durar días o semanas, o puede prolongarse si no logramos detener ese malestar a tiempo. En ocasiones, incluso lo que la detona no es un hecho concreto, sino la acumulación silenciosa de pequeñas tensiones, decepciones o exigencias. No se trata de debilidad ni de exageración. Una crisis es una señal clara de que algo necesita atención. Y en este sentido, como mencionan algunos autores, toda crisis es un riesgo, pero también una oportunidad.
Factores que nos llevan al límite
Muchas personas creen que, para atravesar una crisis, es necesario que ocurra algo terrible. Pero la realidad suele ser otra: en la mayoría de los casos, las crisis se originan lentamente, hasta que algo —a veces algo aparentemente sin importancia— las desencadena.
Tendemos a desestimar pequeñas cosas que nos afectan; las dejamos pasar, las normalizamos o las callamos. Así, lo que se va acumulando sin ser atendido puede explotar de forma inesperada. Por eso, las crisis emocionales rara vez son accidentes; más bien, son el resultado de una suma de incidentes, un proceso que venía gestándose.
Algunas de las razones más frecuentes asociadas a la aparición de las crisis emocionales son:
1. La carga acumulada
A lo largo del tiempo, vamos sumando responsabilidades, tensiones, frustraciones, emociones contenidas, y exigencias internas que rara vez soltamos. Seguimos funcionando, cumpliendo, sosteniendo. Pero el cuerpo y la mente no olvidan. Esa acumulación puede ser como una olla a presión que, tarde o temprano, necesita una salida.
2. Eventos disparadores
Un hecho que nos impacta, que representa un acontecimiento vital importante, puede ser suficiente para desencadenar una crisis. Y lo curioso es que no siempre es algo negativo: incluso un evento positivo —como lograr un objetivo largamente anhelado— puede confrontarnos con una fuerte carga emocional. Lo importante no es solo lo que sucede, sino el estado interno en el que nos encuentra.
3. La edad
Existen etapas en la vida en las que somos más susceptibles a las crisis. La adolescencia, los cambios de década, la llegada de la menopausia o la jubilación son momentos en los que se reconfigura nuestra identidad y sentido de vida. En estos periodos, estamos más conscientes de nuestras limitaciones, y si sentimos que no hemos alcanzado lo esperado, puede surgir un malestar profundo. En términos generales, estamos más vulnerables cuando evaluamos que no estamos listos para vivir lo que sigue o que no hemos alcanzado lo que esperábamos.
4. Historia personal
Todos tenemos una historia emocional que nos habita. Hay quienes han crecido en entornos donde se normalizó el sobreesfuerzo, el silencio emocional o la autoexigencia. Otros han vivido experiencias traumáticas o han aprendido a sobrevivir en modo “alerta constante”. Esa historia nos moldea y, en momentos de vulnerabilidad, puede reactivarse con fuerza.
5. Contexto actual
Vivimos en un mundo acelerado, demandante y muchas veces emocionalmente solitario. Las redes sociales, la presión por el rendimiento, la incertidumbre económica, las crisis sociales o familiares… todo influye. A veces, el entorno no da espacio para parar, y mucho menos para sentir. Eso también agota.
¿Por qué nos cuesta tanto aceptar que estamos mal, incluso frente a nosotros mismos?
Hay muchas razones, y la mayoría tienen raíces profundas en la forma en que fuimos educados emocionalmente. Algunas de ellas son:
Desde pequeños, muchos aprendimos que ser fuertes era no quebrarse, no llorar, no detenerse. Se nos enseñó —implícita o explícitamente— que mostrar vulnerabilidad era un signo de debilidad. Esa idea equivocada de fortaleza como negación del sufrimiento nos empuja a seguir adelante, incluso cuando el cuerpo y la mente ya están pidiendo una pausa.
También solemos minimizar lo que sentimos. Pensamos que “no es para tanto”, que “hay gente que está peor”. Comparamos nuestro dolor con el de otros como si el sufrimiento se midiera en una escala objetiva, y eso nos impide validar lo propio. Pero lo que te duele a ti, es lo que importa.
Y hay algo más: aceptar que estamos mal implica hacernos cargo. Implica detenernos, mirar de frente lo que nos duele, y en muchos casos, buscar ayuda. Y eso puede dar miedo. A veces es más fácil seguir “como si nada” que enfrentar lo que podría desacomodarse si reconociéramos el malestar.
Reconocer que no estamos bien no debería ser tan difícil, pero lo es. No solo frente a los demás, sino incluso frente al espejo, en la intimidad del diálogo interno. Porque decir “no puedo más”, “me siento sobrepasado” o “necesito ayuda” se siente, erróneamente, como una derrota… cuando en realidad, es uno de los actos más valientes y humanos que podemos hacer.
¿Cómo afrontar una crisis emocional?
Aunque suene muy complicado, las crisis se atraviesan. Aquí te dejo algunas ideas fundamentales:
1. Detente y respira
Parece simple, pero detenerte y enfocarte en tu respiración ayuda a calmar el sistema nervioso, reducir el pánico y volver a conectarte con el presente. Respirar despacio, moviendo el diafragma, no el pecho, inhalar, retener y exhalar lento, es un buen inicio. (unas 15 veces en un minuto)
2. Reconoce lo que estás sintiendo
No te exijas “estar bien”. Una crisis emocional no se resuelve ignorando el dolor. Ponle nombre a lo que sientes: miedo, rabia, impotencia, tristeza. Sentir no te debilita, te humaniza.
3. No tomes decisiones impulsivas
En medio de una tormenta emocional, es mejor pausar decisiones importantes. Espera a que el agua se calme antes de actuar. La claridad viene con el tiempo y el procesamiento emocional.
4. Habla con alguien
El acompañamiento emocional es clave. Buscar ayuda no es signo de debilidad, sino de sabiduría. Un terapeuta, un amigo empático, alguien que escuche sin juzgar puede marcar la diferencia.
5. Regula tu cuerpo
Duerme, come, hidrátate, muévete. Cuando la emoción abruma, el cuerpo también lo siente. Cuidar tu cuerpo te da una base más sólida para regular tus emociones.
6. Evita anestesiar el dolor con conductas dañinas
El uso excesivo de redes, comida, alcohol, trabajo o compras para no sentir puede agravar el malestar. La evasión da alivio momentáneo, pero no resuelve. Atravesar el dolor es parte del proceso.
7. Busca sentido con el tiempo. Mira lo vivido con otros ojos. Intenta darle un lugar a la experiencia en tu historia, integrarla, entender qué te mostró de ti, de las otras personas, qué te invitó a revisar o qué cambió en ti a raíz de lo vivido.
Nadie esta exento de momentos de fragilidad emocional. Entenderlo nos permite dejar de exigirnos invulnerabilidad. Las crisis ponen a prueba nuestras herramientas internas y nos ayudan a descubrir resiliencia, capacidad de adaptación, tolerancia a la frustración, creatividad o coraje, que no sabíamos que teníamos.
«Aunque duela, toda crisis tiene un final. No se trata de salir igual, sino de salir transformados.»
Te invito a escuchar el episodio No. 5 de mi podcast Mundo Interior.https://open.spotify.com/episode/0avMjpIadMoz0NgnIKeffk?si=337e7383c6f0436f No hay vacuna para las crisis emocionales.
González de Rivera y Revuelta, J. L. (2001). Psicoterapia de la crisis. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 21(79), 35-53.
Rubin, B. & Bloch, E. (2001). Intervención en crisis y respuesta al trauma: teoría y práctica. Desclée De Brouwer.