“Cada día me miro en el espejo y me pregunto: «Si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer hoy?». Si la respuesta es «No» durante demasiados días seguidos, sé que necesito cambiar algo”.Steve Jobs
“¿Por qué se ha de temer a los cambios? Toda la vida es un cambio. ¿Por qué hemos de temerle?”George Herbert
“Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”.David Hume
El cambio es una constante en la naturaleza; las personas tenemos la capacidad para modificar el entorno y para transformarnos. Sin embargo, una de las reacciones más comunes ante el cambio es el temor. Para la gran mayoría, al menos al principio, la tendencia es a resistirnos.
Son varias las razones de esta renuencia o actitud poco receptiva hacia lo nuevo: una es que lo conocido genera seguridad, mientras que lo desconocido trae consigo una dosis importante de incertidumbre; por lo tanto, preferimos quedarnos en el terreno de lo que ya sabemos. Otra es que parece más costoso para nuestra mente el adaptarse a las situaciones nuevas que permanecer donde estábamos. Y es que nuestro sistema de procesamiento de información funciona con principios de economía: entre asimilar de la información lo que se parece a los esquemas que ya tenemos y acomodar todo a lo nuevo, preferimos el primer proceso, porque el segundo es más difícil en el corto plazo.
Para combatir esta inclinación a querer cerrarle las puertas a los cambios, hay que darles la bienvenida, hay que educarnos en la convicción de que ellos son positivos: nos plantean desafíos, nos permiten poner a prueba nuestra capacidad de adaptación, nuestros recursos y potencial. Con esta actitud caminamos hacia el crecimiento.
Desde el punto de vista emocional, integrar novedades sencillas en la rutina cotidiana, nos entrena en la flexibilidad mental, y en la confianza en la propia capacidad de afrontamiento, dos habilidades oportunas para el bienestar.